miércoles, 23 de abril de 2014

Los sabios de la escalera


Como cada viernes a las seis y media de la tarde, el pequeño Jorge, de cinco años y medio, cogió su bocadillo de la mesa de la cocina y, después de darle un beso en la mejilla a su madre y poner ciento cuarenta y seis veces el pie derecho delante del izquierdo y ciento cuarenta y siete veces el pie izquierdo delante del derecho, bajó todos los escalones de su bloque y llegó al cuarto de basuras de su comunidad de vecinos. Allí, después de llamar a la puerta dando tres golpes con los nudillos, escuchó la voz de su amigo Berto, que desde dentro le preguntó:
-¿Contraseña?
-Hakuna Matata -contestó Jorge con la boca llena, que acababa de darle el primer mordisco a su bocadillo.
-¡Incorrecto! ¡Ésa es la de la semana pasada!
-¡Ah, es verdad! Entonces... -dijo Jorge mientras pensaba- ¡Supercalifragilisticospialidoso!
-¡Muy bien! ¡Puedes pasar! -contestó Berto alegre, dejando ver cómo a su sonrisa de siete años ya se le había caído el último diente de leche- ¡Bienvenido a la reunión de nuestro club secreto, "Los sabios de la escalera"!
Jorge, a pesar de haber escuchado esa misma frase cientos de veces, entró tan ilusionado como siempre y tomó sitio en el suelo, al lado de su amigo Diego, el tercer miembro del grupo, de seis años.
-Bien, señores, ya estamos todos -dijo Berto con una voz muy seria mientras se colocaba delante de sus dos amigos- Como cada viernes, el grupo “Los sabios de la escalera” se reúne para hablar de sus súper-asuntos de súper-importancia. Como ya sabéis, dentro de dos semanas es Halloween, y aún tenemos que pensar de qué vamos a disfrazarnos. Tiene que ser algo que asuste realmente a los adultos, ¿eh? Os recuerdo que el año pasado con el "truco o trato" sólo sacamos quince chicles, nueve regalices y ocho chocolatinas...
-“Choclolatinas” -corrigió Diego desde su sitio.
-Eso, “choclolatinas”. Gracias, Diego. Bien, ¿alguien tiene alguna idea? -preguntó Berto mirando a sus dos amigos.
-¡Yo! ¡Yo! -contestó Diego levantando la mano emocionado - Ya sé de que tenemos que disfrazarnos: de paro. No sé lo que es pero últimamente papá le tiene mucho miedo a eso.
-No sé cómo se disfraza uno de eso Diego... Tenemos que pensar en otra cosa -contestó Berto bajando la cabeza.
-¿De “depersión”?
-Tampoco.
-¿De futuro?
-No.
-¿De soledad?
-No, no y no. Esas cosas no valen. Tenemos que pensar algo que asuste de verdad…
-¡Ya lo sé! -exclamó Jorge, que hasta entonces había permanecido en silencio, levantando la mano- ¡Nos tenemos que disfrazar de compromiso! Eso sí que les asusta de verdad.
-¿Compromiso? ¿Y quién es compromiso? -preguntó Berto extrañado.
-Tiene nombre de señor gordo y feo -dijo Diego mientras se les escapaba una risa.
-Compromiso es querer a una persona, y lo sé porque el otro día se lo oí decir a mi hermano mayor por teléfono -explicó Jorge, pasando a ser el centro de atención- Como ya sabéis, los adultos son muy raros, y tienen miedo de que les quieran. Resulta que viven angustiados con la idea de que aparezca una persona que se preocupe por ellos y quiera hacerles felices, y cada vez que les pasa les entra el miedo y se agobian. Y digo yo, ¿qué hay de malo en que te quieran? A mi me encanta que mi mamá me quiera, me de besos, me cuide y se preocupe por mí, pero a ellos les da miedo todo eso. Y no sé muy bien quién es el compromiso ni dónde vive, pero lo que está claro, es que tiene que asustar mucho mucho, más aún que un examen de matemáticas con números de tres cifras.
-¿Más? ¿Tú crees? -preguntó Diego asombrado, llevándose las manos a la boca.
-¡Sí! ¡Ya lo tenemos! -exclamó Berto dando saltos de alegría- Nos disfrazaremos los tres de compromiso. ¡Este año vamos a hacer que se muera de miedo todo el barrio! Ahora solo tenemos que pensar durante ésta semana cómo se viste un compromiso, ¡y ya está! ¡Señores, se ha acabado la reunión de “Los sabios de la escalera”! ¡Nos vamos!
Jorge, que se quedó ayudando a Berto a volver a colocar los cubos de basura, se acercó a él al terminar, y le dijo:
-¿Has visto que raros son los adultos Berto? ¡Tienen miedo de que les quieran! ¿Sabes? Creo que no quiero ser mayor nunca.
-¿Sabes, Jorge? -dijo Berto mientras cerraba la puerta- Creo que yo tampoco.

domingo, 23 de marzo de 2014

La última palabra


A Juan no le gustaba nada su nueva ciudad. De hecho, aún no entendía por qué habían tenido que mudarse por enésima vez. Y es que, a pesar de todo, aún recordaba las palabras que su padre le dijo la última vez que se cambiaron de casa: "Esta vez es la defintiva hijo, ni tú ni mamá vais a tener que volver a pasar por esto. He pedido la plaza fija, y aquí nos vamos a quedar pase lo que pase, te lo prometo". Pero Juan ya había comprobado el poco valor que tenían las promesas de su padre. Y es que, a sus dieciséis años, ya había vivido en quince ciudades diferentes por todo el país, con todo lo que ello le había supuesto: cambiar quince veces de colegio, de amigos, de profesores, de hogar… de vida. Por eso, el día de la mudanza, tras tener una fuerte discusión con sus padres, se bajó al parque de enfrente de su nueva casa y, después de gritar, llorar y sacar todo lo que llevaba dentro, cogió un palo y escribió en el barro, con un impulso de rabia, la siguiente palabra:
ASCO
A la mañana siguiente, después de haber terminado su primer día en su nuevo colegio, volvió a pasar por el mismo parque para regresar a casa y, para su sorpresa, la palabra "ASCO", había sido sustituida por la siguiente:
COMIENZO
Perplejo, se fijó detenidamente en las letras y, finalmente, se dió cuenta de que el "CO" era exactamente el mismo que él había escrito el día anterior, y que su receptor, fuese quien fuese, solo le había añadido el "MIENZO". ¿Habría alguien que quisiera comunicarse con él, o simplemente sería casualidad? Dispuesto a comprobarlo se agachó al suelo, borró el principio de la palabra con su dedo índice y, dejando solo el "ZO" final, escribió lo único que su estado de ánimo le permitió en ese momento:
ZOQUETE
Al día siguiente, la curiosidad le llevó a pasar por el mismo sitio y, sorprendido, pudo comprobar cómo en el barro ahora aparecía la palabra "TERNURA".  Y es que, su nuevo amigo invisible, fuese quien fuese, debía ser una persona muy sensible para dar ese tipo de respuestas. Decidido a seguirle su particular juego de palabras encadenadas, Juan escribió "RADIANTE", que fue respondido al dia siguiente con un "TELEPATÍA". ¿Qué habría querido decir con eso? ¿Sería simple casualidad que hubiese escogido esa palabra en concreto o estaba tratando de indicarle esa conexión especial que tenía con él?
Poco a poco, los días fueron pasando, y a Juan le llenaba cada vez más y más ese juego. Y así, a "TELEPATÍA" le siguió "ABRÁZAME", a ésta "MEJILLA", a ésta otra "LLAMARNOS", a ella "NOSTALGIA" y, día a día, ambos fueron creando el mayor juego de palabras encadenadas en barro que se hubiese hecho nunca.
Poco a poco, a Juan se le fueron olvidando todos sus problemas: las dificultades para adaptarse a su nueva clase, las discusiones en casa, su falta de interés por ir al colegio… Y es que, aunque no terminaba de creerse todo lo que estaba pasando, su curiosidad por conocer a su misterioso amigo era cada vez mayor. Así, dispuesto a encontrarlo, decidió contestar a la palabra "ALEGRÍA" que éste había escrito con "ACABÉ", dando el juego por terminado y esperando ver escrita alguna pista para poder encontrarlo.
A la tarde siguiente, poco le quedaba a Juan para llegar al parque cuando, de pronto, fue sorprendido por una fuerte lluvia torrencial. Angustiado, pensando que el agua podría borrar lo que hubiese escrito en el barro, corrió lo más rápido que pudo para llegar a él, pero ya era demasiado tarde. Y es que, el que durante semanas había sido su particular medio de comunicación con alguien muy especial, ahora no era más que una masa de lodo semisólida en la que no podía leerse absolutamente nada.
 Dejándose llevar por la rabia, empezó a llorar con todas sus fuerzas, y no paró hasta que unos delgados dedos cubiertos de barro le taparon los ojos desde atrás. Emocionado, se giró sobre sí mismo y, aún bajo la lluvia, pudo ver la bonita cara de un chico de su edad sonriéndole. Juan estaba a punto de decirle algo, cuando éste le selló rápidamente la boca con un dedo y, justo después de darle un beso en los labios, Juan le preguntó cuál era la última palabra, a lo que el chico contestó:

– "Beso". La última palabra, era "beso".